Lo malo no es que tengamos que pagarlas, lo malo es que, después del dispendio, nos vemos obligados a soportar estas arquitecturas de autor que proliferan por nuestras ciudades. Son hitos y señas de modernidad que las instituciones nos imponen.
El poder político o las grandes corporaciones se empeñan en manifestar su dominio y así, dejan su impronta en forma de arquitectura maja y monumental. Para ello encargan a un arquitecto de campanillas el proyecto de un edificio que, en muchas ocasiones, no se sabe muy bien para qué se utilizará. Ahí está el ejemplo de muchos museos que después de ser construidos, trabajo cuesta llenarlos; de algunos aeropuertos que después de su inauguración ya no sirven para nada o grandes exposiciones cuyos pabellones se edifican dando ejemplo de modernidad arquitectónica y luego quedan vacíos, degradándose al cabo de poco tiempo de ser construidos. La mayor eficacia de estos tristes ejemplos de arquitectura es haber servido de objetivo fotográfico el día de su inauguración.
Como resultado de tanta expresión de poder político o económico, nuestras ciudades se llenan de objetos arquitectónicos caros, insostenibles, ridículos y ostentosos que pagamos entre todos, ya sea en forma de impuestos o con las cuotas que nos cobran las compañías suministradoras de agua, de energía o de telefonía.
En las fachadas de estas arquitecturas insostenibles se reconocen políticos y administradores de multinacionales también insostenibles.
Esta arquitectura opulenta es la muestra del afán de notoriedad de su autor y la expresión del poderío político o económico de sus promotores.
Simétricamente a la expresión del poder de los políticos o los jefazos que promueven las obras, corre la vanidad del arquitecto que proyecta unos edificios estrambóticos, originales, raros y, sobre todo, que quedan bonitos en la foto.
Para llegar a estos resultados, el arquitecto, durante sus insomnios, cual si de un dios menor se tratara, dibuja a sentimiento sobre el papel o en su pantalla de plasma, unos polígonos irregulares, unas estructuras delirantes o unas fachadas caprichosas y se estruja el cerebro para llegar ha hacer algo que no haya hecho antes otro demiurgo. Así, pues, para satisfacer las vanidades y anhelos o la gloria fugaz de uno de aquellos gurús, nos vemos obligados a soportar inútiles memeces histriónicas que por su situación en la ciudad, más que por su forma, calificamos de edificio.
El poder político o las grandes corporaciones se empeñan en manifestar su dominio y así, dejan su impronta en forma de arquitectura maja y monumental. Para ello encargan a un arquitecto de campanillas el proyecto de un edificio que, en muchas ocasiones, no se sabe muy bien para qué se utilizará. Ahí está el ejemplo de muchos museos que después de ser construidos, trabajo cuesta llenarlos; de algunos aeropuertos que después de su inauguración ya no sirven para nada o grandes exposiciones cuyos pabellones se edifican dando ejemplo de modernidad arquitectónica y luego quedan vacíos, degradándose al cabo de poco tiempo de ser construidos. La mayor eficacia de estos tristes ejemplos de arquitectura es haber servido de objetivo fotográfico el día de su inauguración.
Como resultado de tanta expresión de poder político o económico, nuestras ciudades se llenan de objetos arquitectónicos caros, insostenibles, ridículos y ostentosos que pagamos entre todos, ya sea en forma de impuestos o con las cuotas que nos cobran las compañías suministradoras de agua, de energía o de telefonía.
En las fachadas de estas arquitecturas insostenibles se reconocen políticos y administradores de multinacionales también insostenibles.
Esta arquitectura opulenta es la muestra del afán de notoriedad de su autor y la expresión del poderío político o económico de sus promotores.
Simétricamente a la expresión del poder de los políticos o los jefazos que promueven las obras, corre la vanidad del arquitecto que proyecta unos edificios estrambóticos, originales, raros y, sobre todo, que quedan bonitos en la foto.
Para llegar a estos resultados, el arquitecto, durante sus insomnios, cual si de un dios menor se tratara, dibuja a sentimiento sobre el papel o en su pantalla de plasma, unos polígonos irregulares, unas estructuras delirantes o unas fachadas caprichosas y se estruja el cerebro para llegar ha hacer algo que no haya hecho antes otro demiurgo. Así, pues, para satisfacer las vanidades y anhelos o la gloria fugaz de uno de aquellos gurús, nos vemos obligados a soportar inútiles memeces histriónicas que por su situación en la ciudad, más que por su forma, calificamos de edificio.
Qué equívoco, y lo peor es el dinero en impuestos que se paga o extraen de alguna manera a través de alguna compañía sea telefónica o la que sea...
ResponderEliminarSalud
Vanitas vanitatum, et omnia vanitas. Ya sabes -por tus muchos años de profesión- de las pretensiones egocéntricas de muchos arquitectos con ínfulas de sentirse genios que deben de pasar a la posteridad. Si a esto le sumamos que tienen un contacto con un determinado partido (es igual uno que otro) ya tenemos la obra inmortal concedida, el presupuesto aceptado, y el bodrio en mitad de la ciudad sin saber que hacer con él una vez acabado y pagado por el contribuyente.
ResponderEliminarCreo que no tenemos solución en este sentido, ni en casi ninguno en que haya que utilizar el sentido común.
Saludos y un abrazo.
Acaso creerán que en mil años, estos portentosos objetos convertidos en ruinas, serán la 12ª maravilla??
ResponderEliminarCreo que se equivocan.
Pero a sus propios bolsillos no los atormentan ¿verdad?
un abrazo
le llaman diseño, cuando en realidad le tendrían que llamar memez ¡
ResponderEliminarHay que tomar en cuenta que "el sentido común es el menos común de los sentidos".
ResponderEliminarHace un tiempo leí un texto irónico sobre el mismo tema, que concluía con una idea chocante: debería mantenerse la pena de muerte sólo para algunos arquitectos. Aunque no defendería la pena de muerte para nadie, creo que voy comprendiendo el sentido de la frase.
ResponderEliminars'han fet molts engendres, a SBD hi ha un monument dedicat al Toni Farres, que deu n'hi do, i per coses rares dites escultures, n'hi ha un munt a les rotondes.
ResponderEliminarSí, ANDRI, se trata de edificios muy caros que pagamos entre todos.
ResponderEliminarSalud
Amigo CARLOS, ya he denunciado en diversas ocasiones el exceso de vanidad de la que hacen gala estos profesionales. Debo decirte que ya en la Escuela de Arquitectura, con la actitud, comportamiento y ejemplo de algunos profesores de las asignaturas de Proyectos y de Urbanística, se fomenta el "divismo", algunos jóvenes arquitectos salen de la universidad planeando un palmo por encima de los demás mortales, lo malo del caso es que muchos de ellos, tras recibir los primeros tortazos que da la profesión continuan planeando, y entonces a todos nos toca sufrir su divinidad. A ellos les imputamos su responsabilidad como profesionales pero a los políticos y mandamases que encargan los proyectos les imputaremos algo que a mí me gusta calificar de "terrorismo económico", hacen alarde y ostentación del poder y nos lo pasan por la cara como un agravio plantificado en medio de nuestras ciudades.
ResponderEliminarEn cuanto a lo que comentas de la Vanitas vanitatum, et omnia vanitas, te digo que tuve de profesores a Margarit (el poeta) y a su socio Buxadé, ambos nos lo advirtieron y clamaban constantemente reclamando más humildad en los proyectos. Buenos profesores, sí señor.
Salud
Amigo OMAR, pasan los años y todo se cae, todo se degrada, incluso las rocas más duras se convierten en árido y la vanidad de los profesionales se convierte en una ridiculez extemporánea.
ResponderEliminarSalud
Amigo MIQUEL, la falta de humildad profesional de muchos colegas míos es una cuestión que me irrita mucho, soy recurrente en su denuncia, en varios medios lo he hecho y en mi blog lo puedes ver en:
ResponderEliminarProyectos bajo la luz de las bombilla halógenas
http://francesccornado.blogspot.com/2011/06/proyectos-bajo-la-luz-de-las-bombillas.html
Edificios con apellido
http://francesccornado.blogspot.com/2011/09/edificios-con-apellido.html
Poesía y deconstructivismo
http://francesccornado.blogspot.com/2011/01/poesia-y-deconstructivismo.html
y sobre todo en
Cuando la arquitectura cambia de idioma
http://francesccornado.blogspot.com/2010/10/cuando-la-arquitectura-cambia-de-idioma.html
Salud
LLUÍS, això és molt fort, tu, que en la meva familia en som tres.
ResponderEliminarTot i això, et comprenc molt bé. Conec i estimo la força de la ironia.
Salut
ANDRI, en efecto el sentido común es algo poco común y en esto del dispendio económico lo sufrimos constantemente.
ResponderEliminarSalud
Amic PUIGCARBÓ, no conec el monument, em sembla, però que es tracta d'una escultura. És greu que en moltes d'aquestes rotondes de les que parles se'n vagin tants diners a vegades en escultures adotzenades, però en el cas de l'arquitectura la cosa em sembla encara més greu, doncs, una funció de l'arquitectura és la seva habitabilitat i el seu servei i ja veiem que això sembla ser el què menys importa, només interessa que quedi bé la imatge fotogràfica.
ResponderEliminarsalut
No se puede expresar mejor la caprichosa y costosa afición política al oropel arquitectónico y la foto mediática.
ResponderEliminarNada quedará de todo eso Francesc.
ResponderEliminarPobres arquitectos que no saben hacer bellas ruinas.
Un abrazo.
Gracias AMALTEA, he vivido muy de cerca casos de auténtica memez de proyectos arquitectónicos y de ridículas actitudes de notoriedad de algunos profesionales.
ResponderEliminarSalud
Estimada CLEA, en efecto poca cosa quedará, además este tipo de arquitectura es bastante efímera. Déjame, sin embargo, romper una lanza a favor de un conjunto de honrados y anónimos arquitectos que dejan la piel y todo su saber sobre el tablero de dibujo intentando proyectar un habitat humano cada vez más sano y digno. La arquitectura, la que se esconde lejos de la fama y el oropel, es una actividad durísima y muy difícil, te lo aseguro.
ResponderEliminarSalud