Desconfío de las utopías que prometen una sociedad mejor,
donde habrá bocadillos de jamón para todos, incluso charcutería adaptada para
veganos.
No me fío de los arrobos sensibles de los medios de
comunicación ni de la sublimación de la burocracia.
No creo que el poder llegue jamás a encumbrar la
naturalidad, ni siquiera a comportarse con naturalidad.
No creo que desaparezca el poder por más utópica que sea la
sociedad anhelada.
Llevamos engullendo poder desde que la humanidad hizo el
gesto de ponerse en cuclillas y aún no nos hemos empachado.
Ante la desconfianza en la utopía y en la suspicacia de sus
hechizos, no veo que ella ̶ la utopía
̶ sea una razón para luchar; como máximo
puedo llegar a admitir una pequeña indulgencia por el entusiasmo e imaginación de
los amigos animosos, aquellos que creen que la historia puede ser un buen
negocio.
La utopía puede proporcionarnos un programa arquitectónico
para el diseño de un edificio con grandes salas comunitarias y con muchas
ventanas desde las que no se ve otro panorama que el que se cuece en el
interior del gran caserón colectivo.
Falansterios, familisterios o grandes templos ecuménicos,
donde todos los iguales son muy iguales y la abstracción se materializa en
forma de reglamento. Son construcciones utópicas que se asientan sobre unos
cimientos de ingenuidad y que reposan en unos estratos del terreno que no
pertenecen a la corteza de este planeta.
Todo encandilamiento utópico es un portento de sensiblería.
Creo que la utopía es útil (incluso necesaria) si, como la fe, sabe manejarse con cautela y del modo debido. Si no se la considera un fin en sí misma, por ejemplo. O si no se peca de, como tú dices, ingenuidad, cuando se la tiene entre las manos. Creo, en definitiva, que la utopía habría de saber manejarse manteniendo los pies sobre la tierra. Y que puede y debe ser, como la fe, compatible con el juicio, con el buen juicio. No creo que la razón y la esfera de los sentimientos, las intuiciones y todas nuestras respuestas más espontáneas y animales deban, por fuerza, estar en batalla permanente. Diría que el verdadero equilibrio interior, la verdadera paz, se logra sólo cuando se ha superado esa fase, casi impuesta por nuestra cultura. No cuando se ha comprendido que no ha de ser así, sino cuando en efecto ya no se vive de esa forma. Supongo que es muy difícil de explicar y más difícil de entender; se necesita la experiencia personal, y ésa no es fácil alcanzarla. Estamos muy lastrados en este sentido, y además cada uno tiene su propio pasado a las espaldas y ha de recorrer su propio camino, que no puede ser nunca exactamente igual al de otro. Abrazos. Y por favor, sigue siempre discurriendo. Lo hagas o no en mi mismo sentido. Da tanto miedo que un día, en efecto, consigan que dejemos de pensar…
ResponderEliminarAmiga Salomé, continuaremos pensando, reflexionando sobre la eficacia de la razón. Me cuesta entender las utopías que otean un horizonte de contornos indefinidos. El arte se encuentra en la lucha entre Apolo y Dionisos. razón y emoción.
EliminarSalud
«Veo la Utopia allá lejos en el horizonte. Me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos hacia ella y el horizonte se aleja diez pasos hacia atrás...Me parece que por mucho que camine, jamás la alcanzaré....
ResponderEliminarY entonces me pregunto: ¿Para qué sirve la utopía?...
Creo que sirve para eso: Para caminar».
Esta es una idea aproximada sobre lo que escribió sobre la utopía el gran escritor Eduardo Galeano. Me gusta y la dejo aquí con un fuerte abrazo para ti.
Saludos
Amigo Kuto, por lo que dice Galeano parece que la utopía es un estimulador de la movilidad de las piernas. Uno, después de caminar durante mucho tiempo, prefiere sentarse un ratito bajo la sombra de un mirabolano y mirar al mar, ver cómo sus olas chocan contra el acantilado que tenemos a nuestros pies.
EliminarSalud
Posiblemente tengas razón...posiblemente...me refiero a la frase final, en rojo.
ResponderEliminarSalut
Miquel, la frase está en rojo porque se había terminado la tinta negra. El caso es que la lucha diaria es durísima y poco tiempo deja para que pensemos en utopías brumosas.
EliminarSalud
Y sin embargo ¿qué camino es posible sin horizonte?
ResponderEliminarSalud!
Amigo Loam, se trata de ir viendo lo que vamos pisando y no dejar que nos pisen.
EliminarSalud
Precisamente. No es posible anhelo alguno si no imaginamos hacia dónde se encaminan nuestros pasos. ¿No hay algo utópico en el mismo hecho de existir? Vivir es siempre anhelar vivir.
EliminarSalud!
No amigo Loam, no. Vivir no es ninguna utopía, existir tampoco lo es. Vivir no es ningún anhelo, vivir es dejar que las células hagan lo suyo, la existencia fluye y nosotros podemos contribuir a que todo esto ocurra comiendo bien.
EliminarSalud
La utopía no tienen un fin en si mismo, nos hacen caminar y aprender.
ResponderEliminarComparto lo que dices, la sensiblería que ahora impregna todos los ámbitos, es blanda y autocomplaciente,nada mas lejos de la naturalidad y del sentir sincero.
Si nos damos cuenta de ésto, al menos sabemos que seguimos caminando.
Como siempre es un placer leerte y reflexionar contigo!.
Un gran abrazo
Amiga Tati, huir, huir de las sensiblerías, no dejarnos engatusar y alimentarnos bien, de eso es de lo que se trata.
EliminarSalud
Pues mira, no tengo más remedio que ratificar tu texto. No sé si porque me pillan las reservas bajas, porque me he vuelto más pragmático (aunque lo dudo) o porque los años le hacen a uno considerar con perspectivas menos eufóricas la vida.
ResponderEliminarLas sensiblerías son como los dulces, que acaban empalagando y desviando el interés por los alimentos verdaderos y nutrientes.
Amigo Fackel, el tiempo nos provee de pragmatismo, apreciamos mejor un estofado que un encandilamiento.
ResponderEliminarSalud