Venus Citerea (1561) Jean Massys
Ya lo advirtió Freud, la cultura cansa. Los
post-freudianos lo confirmaron, cansa la cultura y la civilización.
El psicoanalista vienés y sus seguidores
no hacían más que repetir aquello que habían sentido los cortesanos de finales
del barroco. Les agotaba la vida cortesana. Sus correrías por los pasillos de
los palacios les producía cansancio y depresión.
Con un barroco agotado quisieron emprender
el viaje romántico rumbo a Citerea, la isla de los sueños. Se dejaron seducir
por un anhelo que surcaba las aguas de un mar de tinieblas.
¡Cuántos vendieron su libertad por llegar
a la isla galante! Citerea fue sueño de aristócratas de pelucas empolvadas y de
haraganes que querían vivir con el espinazo tieso.
Se embarcaron en la nave de Watteau rumbo
al reposo y la libertad que creían hallar en aquella isla donde Afrodita tiene
su templo.
En realidad, lo que perseguían era el
libertinaje. Buscaban encontrar la tierra de la promiscuidad.
Sólo en las islas se encuentran las utopías,
lugares donde se cumplen las ilusiones, porciones de tierras ubérrimas rodeadas
de aguas tenebrosas donde viven las sirenas que cantan a la locura.
Por arribar a la isla estaban dispuestos a
sucumbir a los melifluos cantos de las hijas de Aqueloo.
¡Ah, cortesanos insensatos!
Os embarcasteis
rumbo a Citerea.
Tuvisteis que sortear riscos que apenas emergen, pero que
están ahí para impedir vuestra llegada a la costa. Cada vez que sorteabais un
escollo y cada vez que salíais indemnes de un canto de sirena se acrecentaba vuestro
delirio y vuestro afán por llegar a la isla.
El viaje hacia la utopía es una travesía
donde la sinrazón va en aumento mientras surcamos las aguas. Pero como ocurre casi siempre, al llegar a la
ínsula añorada, encontramos peñascos calcinados por donde trepan las cabras,
una tierra donde las abejas zumban entre arbustillos, donde no se encuentran
los sueños salvadores y donde nuestras esperanzas quedan reducidas a algunas
sombras bajo el mirabolano.
Ahora, desde lo alto del acantilado, o
desde el rascacielos más alto, oteando el horizonte, descubrimos que la utopía anhelada
es el ardid y la astucia. Que Citerea es una tierra baldía, eso sí, desprovista
de fronteras. Es tan pequeña.