Antes de que empiecen los calores del “ferragosto”, este año también iré a Recanati, allí me esperan mis amigos. Con ellos siempre hablamos de música. Algunos son clásicos, otros románticos.
Con Laura de Roma, Cruzio de Piacenza, Ludovica de
Recanati, Chantal de Provenza, Joan de Barcelona, Aldo de Recanati y nosotros
dos, asistimos al Festival de Macerata y a la salida
de las representaciones nos ensartamos en largos debates.
Cada
año que pasa los encuentro más y más anti-wagnerianos, como me ocurre a mí
mismo.
Hace
unos años, cuando hablaba de Richard Wagner con un italiano, lo hacía siempre
con mucha prevención, sobre todo si era del sur, a los meridionales nos cuesta adentrarnos en los bosques de nieblas germánicas. Sin embargo, la
música de Wagner bien vale una disquisición.
En
otras ocasiones, les decía a mis amigos de Recanati que Los Maestros Cantantes de Nürnberg es para mí la obra más musical
del maestro teutón. Una ópera larguísima que ha hecho dormir a algunos miembros de las casas reales europeas.
La
ópera que más me gusta de Wagner es Lohengrin.
El preludio es prodigioso. El pianísimo de las cuerdas parece destilar los
sentimientos más elevados de la sensibilidad humana ¡Qué gran música es esta!
Más
de una vez mis amigos de Recanati me han preguntado por qué Tannhäuser gusta tanto a los
arquitectos. No lo sé -respondo, mientras Joan me mira con aquiescencia- y yo
añado que, en cierta ocasión, un amigo mío, arquitecto pedante de Girona, me
comentó que el mayor placer estético que jamás había sentido fue un día al
atardecer, que estando en la casa Robert Evans de Longwood en Virginia, con una
copa de bourbon a la mano, escuchaba el Tannhäuser.
Cuando esto contaba, mis amigos de Recanati pensaban que les estaba contando un
cuento y Laura, totalmente descreída, dijo que esto eran paparruchas y que, en
el mejor de los casos, son pamplinas de un snob. Ya he dicho que aquel
arquitecto de Girona era un pedante.
Opino
que la organización del material sonoro y orquestal de Tannhäuser presenta unas características similares a la
organización de los volúmenes de las obras de la arquitectura clásica, donde
los espacios están estructurados según un orden magnífico, bien compuesto. El
ejemplo compositivo sería, salvando el estilo, la grandiosidad de la basílica
de San Juan de Letrán.
Tristán e Isolda
es, a mi modo de ver, una ópera que anuncia el futuro de una estética musical
determinada. Hay en el Tristán unas
rupturas armónicas que sólo pueden ser ideadas por uno de aquellos artistas que
nacen cada doscientos años. Recuerdo que en una ocasión decía a mis amigos de
Recanati que, en el comienzo del tercer acto de Tristan und Isolde, Wagner alcanza una expresión poética que la
sitúa en un estadio anterior a cualquier forma expresiva del arte. Inflama la
razón y los sentidos. Prestad atención al llanto del oboe.
En
cuanto al argumento de Tristan und Isolde
tengo unas reticencias graves. Creo que, más que una historia de amor, la ópera
presenta una especulación sobre la filosofía del amor. Esto es pesadísimo. Mis
amigos me comentan que el Tristán es
una reflexión oscura sobre el amor y que con esta densidad de ética romántica
no se va a ninguna parte. Chantal, mi amiga de Provenza, es especialmente
crítica con este enfoque wagneriano del amor. Lo comparto, todo ello son
acantilados del alma, tan imponentes como los de Cornualles que soportan los embates
de un mar embravecido.
Comentando
la Tetralogía, les decía que hay fragmentos en el Oro del Rhin, en las Walquirias
y sobre todo en Siegfried que son
extraordinarios. Con el Ocaso de los
Dioses la emoción se diluye en una búsqueda formal concluyente. En su Tetralogía, el genio de
Wagner es completo.
Escucho
Parsifal con una atención devota
(palabra que no me gusta utilizar, pues no profeso la religión wagneriana). La
audición en CD de Parsifal, definido por el propio autor como de un “drama
sacro”, me ocupa días y días. La escucho, la repaso, dedico mucha atención a
cada fragmento y, después de tantos días, quedo estéticamente afectado por una
temporadita. Esta ópera es completísima, larga, larguísima y demasiado grave.
El Holandés Errante
es una descripción casi metafísica de las nieblas románticas. La oscuridad de
los mares del norte queda expresada con una sutileza y fidelidad total. Wagner la
expresa con una finura artística que penetra hasta el tuétano. Me recuerda los
Himnos de Novalis.
A
mí, me gusta más el diálogo con la razón que aquel Wagner que remueve el
espíritu romántico y lo exalta hasta un paroxismo religioso y que, tarde o
temprano, deriva en supremacismos muy peligrosos. Los amigos de Recanati me
alertan y me dicen que no espere en Wagner ningún diálogo con la razón.
Es magnífico sentir como una obra artística
elaborada a partir de una estética romántica alcanza, en muchos aspectos, unos
contenidos filosóficos que estimulan la razón. Creo que en esto reside la
grandeza de Wagner.
Mis amigos de Recanati echan el grito al cielo y me dicen que,
de razón, nada de nada. Que busque el placer de la música y me deje de bobadas
tudescas.
Me dejas boquiabierto. Y además me das envidia, porque mis conocimientos respecto a Wagner no son ni superficiales. Pero el juego que te traes me ha parecido divertido. ¿Habrá que ir a Recanati para aprender o pasarlo bien? Si Leopardi levantara la cabeza...
ResponderEliminarAmigo Fackel. Wagner sufría por creer que sobre él pesaba la enorme tarea de sacar el arte adelante. Estaba convencido que lo suyo era el comienzo de una nueva música, el drama musical, el arte total.
EliminarSi nada se tuerce, este año iré a Recanati, la última vez que fui visité la hermosísima biblioteca de Leopardi y con aquellos amigos paseamos por el jardín del Infinito.
Salud
¡Cielos! Le ha crecido el mentón con desmesura. Será culpa de las valquirias. Siempre que escucho a Wagner me entran ganas de invadir Polonia (Woody Allen dixit)
ResponderEliminarAmigo Cayetano, Wagner era propenso a los "crecimientos" y a la desmesura.
EliminarA algunos les entran ganas de invadir Polonia y a otros les entran ganas de dormir, están más acostumbrados a asistir a las corridas de toros.
Salud
Salud
Bromas aparte. Estamos en presencia -y audiencia- de un genio cuya creatividad y originalidad va más allá del puro encasillamiento en un movimiento musical concreto.
EliminarUn abrazo.
Un genio auténtico. Escuchando una ópera de Wagner nadie puede permanecer impasible.
EliminarAbrazos
Poco tengo que decir. Me sobrepasa la música de cámara, pues para mi es complicada y compleja de entender. Eso no quiere decir que no me guste, sino que no la entiendo, que son dos cosas muy distintas.
ResponderEliminarUn abrazo
Miquel la música de cámara está en el polo opuesto de la grandiosidad orquestal de Wagner. En las dos encontramos unas partituras hermosísimas.
EliminarSalud
Lo acabo de leer en El Periódico:
ResponderEliminar"...Decía el ‘vivalavida’ que era Rossini sobre Richard Wagner que sus composiciones tenían momentos muy bellos, pero cuartos de hora muy malos..."
Miquel en todos los compositores encontramos luces y sombras. Rossini y Wagner son dos estéticas muy distintas. Admiro muchísimo la vitalidad de Rossini, en este blog puse unas palabras sobre su Stabat Mater:
ResponderEliminarhttps://francesccornado.blogspot.com/2014/10/stabat-mater-gioacchino-rossini.html
Salud
Francesc, tu mente posee una sofisticación muy alejada de la pedantería de ese conocido colega que citas.Eres un melómano y se nota en esta entrada, por cierto, la barbilla prognática de Wagner le da un aspecto facial primitivo y, sin embargo, su música contradice esa apariencia.
ResponderEliminarAbrazo
Amiga Marga, este año, con mis amigos de Recanati, procuraré asistir al festival del Sferisterio Macerata, hay un Macbeth de Verdi que promete, estoy casi convencido que Wagner no estará presente en nuestras conversaciones.
EliminarAbrazos