Este otoño es terrible. Las gentes se protegen del virus, el frío se cala en el tuétano de los huesos que parece que es un frío del cuerpo pero es del alma y en medio de un jardín, los arbustos de acero se han encaramado sobre una roca de chapa acanalada.
El paisaje urbano es cada vez más distópico.
Este jardín metálico que aparece en la foto está en frente de uno de los edificios más bellos de la arquitectura del Movimiento Moderno.
Hay una belleza perversa que atrae.
Precioso poema y muy preciso, con terrible precisión.
ResponderEliminarAmiga Viky, todo es frío este otoño, la distancia entre las personas, las nubes, los vegetales que se visten de ocre, el acero galvanizado, la arquitectura horizontal con paredes de mármol y ónix, las fuentes que se iluminan, el engaño de las plantas carnosas, el recuerdo de la fragilidad de las amapolas, las sonrisas complacientes, el andar de los perros con abriguito de franela...
EliminarUn abrazo.
Poema bello, pero no pienso lo mismo de lo que trasmite la imagen...
ResponderEliminarSaludos cordiales
Amigo Luis Antonio, paso a menudo junto a este bosque metálico y te aseguro que es un lugar muy tranquilo.
EliminarSalud
Y yo he de convenir que aciertas de lleno.
ResponderEliminarAún no se porqué se mantiene en pie, y desde la década de los sesenta, esta infraestructura de chapa. Me recuerda, a grandes rasgos y salvando la distancia, una maxichabola.
A mí el metal me deja siempre frío.
ResponderEliminarUn saludo, Francesc.