La
montaña es un accidente geográfico.
Siempre he contemplado las montañas como unos
amontonamientos de piedras y tierras, como un repliegue de estratos geológicos.
Rebuscando
una explicación de signo artístico, podría considerar la montaña como la
expresión de la mala baba telúrica.
No
entiendo el embrujo ni la mística de los montes. Impresiona, eso sí, su
magnitud de escala inhumana, pero jamás he sentido ese poder mágico que algunos
dicen que la montaña posee.
Sospecho
de las interpretaciones esotéricas que se han adjudicado a los montes.
La
religión y las sectas se han servido de las grandes acumulaciones geológicas
para situar allí a los apañamundos y, sobre todo, nos han descrito el descenso
del ‘salvador’ por las laderas de las cumbres.
Abraham
se fue a la montaña con la criminal intención de matar a su hijo, obedeciendo,
eso sí, el mandato de un dios impío y terrible.
Zoroastro,
llamado también Zaratustra, bajó del monte para decirnos que en el mundo hay
cosas malas y cosas buenas. Así hablo Zaratustra, dijo que entre el bien y el
mal hay un conflicto.
Jesús
de Nazaret reunió una multitud en una montaña y les echó un magnífico sermón.
Moisés
descendió del monte portando unas tablas de piedra donde decía lo que teníamos
que hacer.
Abū l-Qāsim Muḥammad ibn ‘Abd Allāh ibn ‘Abd
al-Muttalib ibn Hāšim al-Qurayšī (Mahoma), estando
en la cueva de Hira, en la montaña llamada Jabal al-Sur, tuvo una visión del
arcángel Gabriel y a partir de ahí fundó una religión que propugna la guerra
contra los infieles.
Los
mundos simbólicos me superan y no puedo entender que una prominencia o un
macizo geológico se convierta en símbolo de nada.
Más
de uno podrá decirme que para sentir el embrujo telúrico de las montañas debo
subir a sus cimas nevadas, pero no he de seguir estos consejos, ya que puedo
quedar helado o me puede sobrevenir el mal de altura.
El
monte Fuji (富士山 Fuji-san),
el Macchu Pichu, el Canigó, Montserrat, el Kilimanjaro y todas estas orografías
descomunales son para mí lo que he dicho al principio: una acumulación de
piedras y tierras.
Hombre ¡¡¡¡¡
ResponderEliminarHombre ¡¡¡¡¡
¿ El Canigó ?...pues ya sabes que para encender su "Flama", y en ella la "soflama", hace falta mucha altura.
¿No se pretenderá hacerlo a nivel de mar?...Carecería del aroma popular que hace prevalecer su simbolismo mágico...Siempre a mucha altura. A mucha.
Salut
Miquel que enciendan una velita y se pongan todos a llorar a la luz del candil.
EliminarPrefiero quedar a ras de suelo.
Salut
La naturaleza abomina de las líneas rectas salvo cuando produce cristales.
ResponderEliminarYo creo que la naturaleza lo abomina todo y yo abomino la ostentación natural, por ejemplo los volcanes y los terremotos.
EliminarSalud
Será que la montaña está más cerca de los cielos. Yo desde siempre he preferido la línea horizontal y relajante del mar en calma.
ResponderEliminarSaludos, Francesc.
Amigo Cayetano, la montaña es peligrosa. Yo también prefiero la linea del horizonte, la que contemplo desde el litoral y la prefiero sobre todo si estoy debajo de un pino, a la sombra y mirando el mar,
EliminarSaludos
Lo que pasa es que la ostentación de esos animales geomorfológicos no es aparente, como sucede con la vanidad y exhibición humanas, sino auténtica, lo cual hace que me deslumbren y les ame, con una mezcla de gran temor y enorme respeto, en silencio.
ResponderEliminarAmigo Fackel, la montaña es una ostentación inhumana. Es un arrebato geológico. Todos los arrebatos me desagradan, principalmente los humanos.
EliminarSalud
Ah, y respecto a toda esa simbología religiosa que hay en torno a la montaña hay que valorarla en términos del pasado, por puna parte. A las antiguas y primigenias culturas les debía admirar y sobreponer la cadena montañosa, pero las religiones del Libro las convirtieron en simbología pura y dura. No olvides que los templos de la Edad Media -románicos o góticos- están hechos a imagen y semejanza de la idea de montaña. A través de ellos se catalizó la ideología cristiana. Los que hemos tenido la desdichada y a la vez enriquecedora experiencia de soportar sermones hace décadas, ¿desde dónde creíamos que nos arengaban aquellos clérigos que nos hablaban de las llamas del infierno? Obviamente, el púlpito era la montañan dentro de la montaña. Hala.
ResponderEliminarSí, claro, amigo Fackel, la mística de los montes y estas simboligías tan pesadas hay que valorarlas en el contexto en el que se definieron, lo que ocurre, es que aún sufrimos las consecuencias de tanta morfología aplastante.
EliminarLos templos cristianos, como tú dices, son una réplica del amontonamiento geológico, también los zigurats y aquella torre de Babel.
Y las representaciones del Infierno, que muchas veces son la montaña invertida.
Demasiado símbolo, amigo mío, este galimatías que no hace más que enredarnos y aplastar.
Salud
Nunca he compartido esa mística de las montañas. Puestos a escoger, me quedo con las llanuras quijotiles...
ResponderEliminarAmigo Granuribe, siempre me he apartado de toda mística, ya sea orográfica o de conventos mal ventilados.
EliminarPrefiero la serenidad de las tierras planas y del pensamiento tranquilo.
Abrazos
Para que las montañas nos hablen y encandilen han de ser testigos mudos de algunas de nuestras vivencias.
ResponderEliminarEl Parque Geológico de Aliaga (Teruel), uno de los más importantes de Europa y lugar donde se hallan mis raíces, es impresionantemente pétreo y muy discreto. Guarda celosamente infinidad de secretos. Si algún día estalla un volcán por esas latitudes no hay que descartar que con la lava se desvele alguno de ellos...
Un abrazo
P.D. Ya ves qué sentimientos ha despertado tu entrada...
Amigo Luis Antonio, en la primavera pasada estuve varios días por aquellas tierras, me parecieron de una geología extraña: sedimentos verdosos, cristales de cuarzo, estratos irregulares..., silencio y tranquilidad en aquellos días fríos. Cuando me fui quedé con la sensación de que algo había dejado sin comprenderlo demasiado. De hecho, amigo Luis Antonio, entiendo muy pocas cosas, casi nada, y siempre me quedo con esta sensación de no haber visto de la misa la mitad. Esto, es sin embargo, una excusa para volver, ¡ah, debería volver a tantos sitios!, siempre tengo que aprender.
EliminarCelebro que mi escrito haya despertado buenos recuerdos.
Abrazos
La simbología tiene su sentido, las cumbres están muy cerca del cielo, y en todo caso, los antiguos tenían en las cimas unas buenas atalayas. La exploración y adentrarse en lo ignoto también era un buen motivo para arriesgarse a reconocerlas.
ResponderEliminarLas montañas es un accidente orográfico, sí, pero es también el lugar del misterio dónde habita la salvaje naturaleza. Me gusta caminar por las montañas y si es en otoño, aún más.
Abrazos
Seguro Marga que los símbolos tienen algun sentido que yo no acabo de entender. Caminante sobre "panot", muy pocas cosas entiendo y si estas cosas son grandes como las montañas, aún las entiendo menos.
EliminarA mí también me gusta contemplar el paisaje otoñal y ver como se pudren las hojas caídas. Tanta podredumbre produce setas y un olor magnífico.
Abrazos
La montaña siempre está ahí. Somos nosotros los que caminamos hacia ella.
ResponderEliminarSí, Pedro, está ahí, yo la contemplo y no pienso moverla.
EliminarSaludos