Constantin Flavitsky. 1867.
La contemplación
de la belleza requiere de ciertas veladuras. Filtros necesarios que nos
protejan de su acometida. Se precisa de alguna estratagema efectiva y
protectora. Podemos servirnos de cualquier cosa que tengamos al alcance, de
algún elemento que tamice su visión diáfana, a sabiendas de que los velos son
artificios casi siempre engañosos.
Los espíritus
románticos se sirvieron de los sentimientos, los interpusieron entre la faz de
la belleza y nuestra razón, con las emociones matizaron la luz deslumbrante de
su mirada. Con un velo más o menos vaporoso consiguieron seguridad a
costa de la claridad de las visiones, se perdió la precisión del detalle.
El velo de los
sentimientos dispuso sobre lo bello una vaga viscosidad encubridora. El arte
quiso conservar el dato y el argumento y para ello, tendió sobre la forma una
tumefacción borrosa. La representación de la naturaleza ya no captaba perfiles
nítidos y precisos, ni la pureza luminosa y metálica de los horizontes lejanos.
El arte apostó por la emoción, la migraña, la angustia y el delirio sensual.
Más al norte, el
arte ganaba en turbiedad, hasta llegar a las brumas de Constable y de Turner.
Aquellas tormentas que levantaban olas tremendas y, en la tierra, sacudían
follajes y postigos de ventanas, dejaban sobre la forma la incertidumbre de los
perfiles y la atonía húmeda del aire lo enmascaraba todo. Las nieblas grises y
espesas enturbiaban el aire y en medio de este ambiente, los corazones
suspiraban al ritmo de los vientos fríos y racheados.
Las arenas
románticas con sus granitos abrasivos de cuarzo, de emotividad, de feldespato y
de emociones baldías erosionaban los mármoles clásicos. Se marchitaban los
ramos de flores, languidecían las señoritas y los colores encalados de las
fachadas se tornaban amarillentos. Bajo las acacias ya no sonaba el pífano,
solo el rumor de los pasos del wanderer envuelto en aromas de bosque
umbrío.
Los crepúsculos
eran, ahora, violáceos y demasiado densos. Presagiaban noches de himnos
recuperados, los cuerpos parecían responder con melancolía, con reumas, cojeras
y palidez. Luego vino la tisis.
Ahora es demasiado fácil disimular la belleza, más difícil resulta descubrirla detrás de las pantallas.
ResponderEliminarAmiga Viky, yo creo que ahora entre la belleza y nuestra percepción hay un sinfin de máscaras y un sinnúmero de veladuras, muchas de éstas están pegadas a nuestro rostro.
EliminarSalud
Tuvo que venir la tisis con la humedad, el frío y la oscuridad y no digo con el hambre y la miseria.
ResponderEliminarMe ha parecido preciosa esta obra de arte que no conocía y a su autor tampoco.
Detrás del velo siempre hay una conducta expectante, es la curiosidad humana de querer averiguar algo más, pero el velo se hace necesario cuando se idealiza la belleza y se oculta la crudeza, curiosamente sin ser nítida, no deja de ser realista.
Gracias. Un abrazo y buen domingo.
Querida Loli, sin la veladura que nos proporciona el arte estaríamos expuestos a la mirada terrrible de la Gorgona
EliminarSalud
Es lo que tiene el Romanticismo: huir precisamente de la prosaica realidad y buscar refugio estético en el arte de la veladura y de la insinuación. El problema es que al final, la ingrata realidad se imponía al artista en forma de tuberculosis, exilio o pistoletazo en la sien.
ResponderEliminarUn saludo.
Amigo Cayetano, los románticos se sirvieron de la emoción para acercarse a la belleza, lo sentimental fue para ellos una forma de trascender hacia la belleza, a Piero della Francesca y a los primeros renacentistas bastaba con la visión de la realidad, sin el lastre del sentimentalismo. Cuando se exacerbó el sentimentalismo, los románticos cayeron en la sensiblería y en la lágrima disecada. Trágico final, suicidio o enajenación.
EliminarSalud
Y gracias a las veladuras a veces se hace más acopio de la imaginación: porque la belleza no deja de ser abstracta lo que para unos es bello para otros es...simplemente bonito.
ResponderEliminarEl paso del tiempo en imparable y lo mejor es hacerlo con dignidad.
Me ha encantado esta reflexión para muchas personas ser bello o bella es una pesada losa.
Un abrazo.
PS:espero que este comentario entre correctamente porque el anterior alusivo a la "vanidad" se publicó con anónimo.Ya me lo a hecho varias veces no se por qué...
Querida Bertha, las veladuras resultan muy útiles y casi siempre protectoras. Yo creo sin embargo que la belleza se encuentra en lo real y proporcionado.
ResponderEliminarAh, eras tú, querida Bertha. No contesté el anónimo porque no suelo contestar los anónimos, pero debo decir que tu comentario me pareció muy muy interesante, allí también hablabas de máscaras, coincido con tus palabras.
Un abrazo.
Comparto el escrito de Cayetano Gea. Poco más a añadir.
ResponderEliminarsalut