Aunque el poeta se
obstine en acercarse a las esferas de los ángeles y, subido a las torres
más altas del castillo de Duino, grite; aunque los ángeles sean terribles y
puedan aniquilarnos con sus espadas flameantes y aunque veamos a nuestros pies
como las olas el mar golpean contra la pared del acantilado, no renunciaremos a
la tersura de las piedras ni dejaremos de buscar en su interior la sustancia más
bella.
Si las arcadias son
inhóspitas y todo se ahoga en el imposible océano de Florencia, nuestro corazón
intentará evitar el naufragio y con los oídos atentos escucharemos la música
callada. No dejaremos que nos atrapen los cantos de las hijas de
Aqueloo. Atravesando el estrecho fatídico, pondremos rumbo a la isla de la
razón.
¿A quién recurrir? se
pregunta el poeta después de ahogar el clamor de su garganta y su oscuro
sollozo en la penumbra. Con él levanto mi canto, contemplo todo aquello que
nunca nos abandonó y elijo el pino más cercano, el que me regala su sombra y
observo este mar antiguo y la fidelidad de sus olas que guardan los mármoles
absolutos y los templos mutilados que en sus aguas duermen eternidad.
Evitaremos el naufragio.
Tal vez Florencia sea una ninfa, hija del tal Aqueloo, tiene toda la pinta, el Arno la delata.
ResponderEliminarElla suele atrapar a todo aquel que la visita.
Saludos y pasa un buen día.
Amigo Depazzi, creo que has desvelado el secreto del Arno.
EliminarLas hijas de Aqueloo que nadaban entre Escila y Caribdis seducían a los marineros cuando escuchaban sus cantos, pero la ninfa del Arno hechiza a los visitantes con sus piedras y produce el síndrome de Florencia. Que se lo pregunten a Stendhal.
Salud
Bello y sonoro canto...
ResponderEliminarSalut
Gracias Miquel, hay que tener cuidado con los cantos, vamos a pedir que nos amarren al palo de mesana para que no nos rapten.
EliminarSalud
Y el más cercano a veces es el "quinto pino".
ResponderEliminarUn saludo.
Ja, ja, ja Cayetano, tienes razón, a veces lo que tenemos más al alcance de la mano no es lo más cercano.
EliminarSalud
Sí sí y sí. El pino, el ciprés o el tamarindo, hay que salir de la negrura y vencer el abatimiento. Cualquier sombra de árbol es buena sin bajo ella cobijamos las esperanzas para que vuelen alto.
EliminarUn abrazo
Querida Amaltea, ya ves, puede llegar a ser hasta un halo de optimismo, pero más bien es una aspiración de tranquilidad. En todo caso el convencimiento de que sólo encontraremos la salida de la negrura a las orillas de este mar tan clásico.
EliminarSalud
Bellísimo texto, Francesc, sinceramente. Acaso con varias posibles lecturas; profundo en todo caso; y con felicísimas expresiones, como esos «mármoles absolutos», como esa «música callada» que es mucho más que el tópico que de ella habitualmente se hace y que se contrapone al peligroso canto que conduce a la perdición; por no hablar de ese certero y tranquilamente firme «contemplo aquello que nunca nos abandonó». Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Antonio, hundidos en este mar encontramos los mármoles absolutos que son cimiento de nuestra civilización, a la sombra del pino contemplo esto que se ha levantado sobre aquellos cimientos.
EliminarSalud